lunes, 7 de febrero de 2011

me enamore de esta historia

Tic, tac. Tic, tac...
      El pequeño péndulo de aquel indeseado reloj, centrado sobre tu velador, no dejaba de oscilar insistente.
      Tic, tac. Tic, tac...
      Cerraste los ojos con indescriptible fuerza, sintiendo de inmediato escocer con apremio a tus párpados. Sin embargo, ni te inmutaste. Hace demasiado tiempo que le habías perdido el respeto al dolor.
      Tic, tac. Tic, tac...
      Desesperante. No había más definición a aquel insípido sonidito.
      De un manotazo, lanzaste por los aires al exasperante aparatito, importándote bastante poco donde fuese a caer. De hecho, la conveniente idea de que se hiciese añicos contra el cerámico piso de tu habitación, te arrancaba una mordaz e imperceptible sonrisa de total satisfacción.
     Te incorporaste hartado de la incómoda posición en la que estabas. Entonces notaste como una líquida calidez se precipitaba por tus muñecas.
      Y no pudiste más que sonreír con sadismo, al ver los resultados de tu reciente desquite. Últimamente el deseo por dañarte se había vuelto casi una adicción obsesiva. Por tanto, no podías dejar de regodearte, al vislumbrar aquellas gruesas gotas de tu propia sangre, descendiendo desde grotescas y punzantes heridas, manchando de carmesí el, como en contraste por demás hirónico, blanco suelo bajo tus pies.
Y es que, como antes mencionases. Hace mucho que le habías perdido el respeto al dolor.
      Te pusiste en pie con algo de dificultad. Te venía pasando a menudo. Cada vez tu sistema inmunológico resentía más la carencia de defensas.
      Y es que, sencillamente, también se te estaba haciendo costumbre el dejar de alimentarte correctamente. Incluso el sólo percibir el aroma a comida te asqueaba.
      En definitiva, no sentías prescindible la necesidad de seguir viviendo.
      ¿Algún motivo en particular?, claro que sí. La única razón que tenías de existencia, había apuñalado, metafóricamente, cada ínfima fibra de tu ser.
      Aquel maldito infeliz, te había dado donde más te dolía.
      Recordaste momentos a su lado. Y no pudiste más que sentir asco por lo ingenuamente imbécil que fuiste en ese entonces. Es decir, ¿realmente creíste que serías lo suficientemente valioso para él?
      Pues, de así ser, tenías bastante merecido el apodo de “perro”, como descripción a tu desempeño en dicha extraña y masoquista relación, que mantenías con aquel rubio traidor.
      Cubriste las heridas en tus muñecas, poniéndote aquel chaleco a rayas que tanto te agradase en su tiempo, pero que, ahora, no hacía más que afianzar la certeza de lo desgraciada que se había vuelto tu existencia, al pensar, apegándote a tu masoquista carácter, que era así como una especie de sello a tu actual estado emocional.
      Como un reo atrapado en su propio y demencial descarrilamiento de emociones.

      Al salir de tu departamento, emprendiste aquel ya conocido camino hacia ningún lugar, totalmente inmerso en tu universo de dolorosa inconsciencia irreal.
      Tus pies se movían por inercia, abriéndose paso entre calle y calle, únicamente encausados por mero instinto. Mientras que tu mente se hallaba, como era de esperarse, en un trance enfermizo, haciéndote incapaz de distinguir la fantasía de realidad.
“Doy vueltas, mi sombra, proyecta tu ausencia.Camino en vergüenza, estado de inconsciencia.Destruyes mi ego, mi mente y mi cordura.Rodeado de gente, camino a la locura...”
      De pronto, pero no causándote mayor asombro, te descubriste recorriendo un sendero surcado por álamos. A lo lejos podías oír el graznar de las gaviotas. Sí, estabas llegando, inconscientemente, a la playa.
      Dejaste que el instinto continuase guiando tu andar, sumiéndote cada vez más en tu imperturbable estado de temporal letargo.
      Hasta que tus zapatos tocaron arena y la brisa salina te dio de lleno en el rostro, alborotando tus rojizos cabellos, meciéndolos al compás de una extraña y muda danza.
      El olor a mar impregnó tus fosas nasales, recubriendo cada átomo de tu cuerpo, por una exquisita ola de tranquilidad.
      Avanzaste a través del arenoso suelo, sólo impulsado por tus memorias y deseos de escape.
      Tu mente no parecía querer dar señales de concebir en ella pensamientos coherentes. Todo en ti se resumía a nada. Estabas en cero.
      La única idea que, como ineludible zumbido de abeja en el oído, invadía cada uno de tus pensamientos, era acabar con ese maldito peso de una vez. Abandonar el juego. Dejarte caer.

Te apoyaste sobre el frío y húmedo barandal, al fin habías llegado. Tus pies ya pisaban la madera bajo la suela de tus zapatos. Podías ver las olas romper en las rocas debajo. Sentías al viento propiciarte uno tras otro, latigazos en el rostro. Mientras la idea de desaparecer aumentaba en su invasión a tu mente, sin reparos, ni capacidad de exterminarla.
      Toda luz que iluminase el camino correcto a transitar se había esfumado. Todo se había desvanecido con su traición. No existían ilusiones, ni esperanzas de volver a ser el mismo chico alegre y vivaz de antes. Sencillamente te habías fundido con la oscuridad, impidiéndote a ti mismo ver más allá del infame dolor
      Ya no quedaba nada, absolutamente nada por lo que seguir.
“Mi ego a muerto, ya no te encuentro. Camino al puente, estoy demente.Es mi cuerpo, es mi sexo.Estoy ebrio, no te gusto...”
      Empuñaste tus manos entorno al escarchado acero que te separaba del agua. Recordando que, por meras hironías de la vida, había sido allí precisamente, donde viste a Mello por primera vez.
      -‘Maldita sea mi existencia.’- Pensaste entrecerrando los ojos con fastidio, ahora recargándote pesadamente sobre la dura baranda de aquel antiguo puente.
      Entonces el también recuerdo de su rostro, acudió mordaz a tus memorias, devastando más, si es que se podía claro, a tu corazón que, desde dicha fatídica noche, se había adormecido de tanto llorar.
      Observaste el mar. El azul transparente de sus aguas, te recordó su tormentosa y hechizante mirada. Y el dorado imponente de ese majestuoso sol a lo alto, hizo alusión al tono de su lacio y suave cabello.
Y a pesar de que ya le habías perdido el respeto, e incluso comenzases a, con sadismo, disfrutar los diversos estragos que forjaba en tí, aquel dolor que se agudizaba en tu cabeza con impensada mesura, volvía a hacerse con la poca lucidez que te quedaba.
      Llevaste ambas manos hacia tus sienes, empuñando tus dedos y apretándolas con fuerza en su contra, tratando de aminorar la reciente y desquiciante jaqueca.
      Sentiste como si tu corazón comenzase a resquebrajarse, con el sólo hecho de evocar a aquel demonio angelical. Y es que, aunque te lo negases mil y una veces, la realidad de la que tanto ansiabas escapar, se estaba manifestando sin piedad dentro de tí.
      A pesar de todo el daño que te había ocasionado, seguías amándolo con cada ínfimo soplo de tu vida, tan perdido como la primera vez. Hecho trizas por dentro, ya sin fuerzas para continuar cuestionándotelo más.

      -“Te amo...”-
     Un grito proveniente de cada pedazo de tu ser, hizo eco a lo largo y ancho de aquel balneario, ahuyentando a las gaviotas y acuchillando la escalofriante quietud.
      Tus “amigos” cruzaron frente a tus ojos, como en una especie de película mal editada y en cámara rápida, dedicándote palabras de consuelo y dirigiéndote compasivas miradas.
      Te habías vuelto la burla de la universidad, al esparcirse el rumor de aquel engaño... De aquella traición.
Un grito proveniente de cada pedazo de tu ser, hizo eco a lo largo y ancho de aquel balneario, ahuyentando a las gaviotas y acuchillando la escalofriante quietud.
      Tus “amigos” cruzaron frente a tus ojos, como en una especie de película mal editada y en cámara rápida, dedicándote palabras de consuelo y dirigiéndote compasivas miradas.
      Te habías vuelto la burla de la universidad, al esparcirse el rumor de aquel engaño... De aquella traición.
      Sí. Mello te había, literalmente, sacado de su vida, reemplazándote con alguien que, según él y todos, era innumerables veces mejor que tú.
      Volviste a sonreír con sadismo, retomando esa idea suelta que calaba cada vez con más fuerza tu distorsionada mente, comenzando ya a adquirir un sentido casi celestial.
      Tú no eras más que su capricho y él no era más que tu obsesión.
“Tu amiga, mi amiga, me mienten sin sentido.Mentiras, mentiras. Sé bien que estás con otro.Palabras de aliento, no calman lo que siento.No puedo, no entienden. Maldito sufrimiento...”
      Lágrimas de frustración se derramaron libremente desde tus preciosas y, ahora, apagadas esmeraldas, surcando con desdén cada rincón en tu vacía expresión.
       Sólo de pensar que Mello había encontrado abrigo en los brazos de alguien más y que, quizás, hasta estaba enamorado, conseguía alojar con mayor ímpetu aquella terminal ideíta de autodestrucción.

Y en un abrir y cerrar de ojos, ya te hallabas de pie al otro lado del barandal que separaba la seguridad del peligro, a nada más un paso de terminar con todo de una vez.
      Las gotas de agua salada golpeaban junto con el viento tu rostro y cabello, volviéndose dóciles al romper entre las irregulares rocas que las retenían.
      La brisa de un segundo a otro se volvió helada, haciéndote temblar al acariciar tus mejillas, secando cualquier indicio de anterior llanto.
      Y, una vez más, el bloqueo mental inundó tu cerebro. Las emociones se hicieron mil pedazos, como el cristal de mil espejos chocando contra la dureza de un suelo infame.
      Hasta que, por una milésima de segundo, la única sensación perceptible en tu cuerpo fue la de un frío tangible.
      Creíste estar suspendido por cuerdas invisibles entre nubes. Ya no existía firmeza bajo tus pies.
      Oíste el rugir de las olas demasiado cerca. El filo de una roca atravesar tu piel.
      Hasta que perdiste toda sensación. El oxígeno se hizo nulo en tus pulmones y la oscuridad te extendió los brazos, orgullosa de saber que te habías vuelto uno más en su séquito de prisioneros cegados por los sentimentalismos y heridas del corazón.

Porque, ya perdido en la inmortalidad de un mundo ajeno, lo acabaste de comprender.
      no quedaba nada, absolutamente nada por lo que seguir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario